En el año 2015 hicimos un viaje con 2 amigas a San Andrés Islas en Colombia. Por supuesto, una de las actividades que no podía faltar era bucear en su mar de 7 colores 🌊. Las tres muy seguras nos anotamos en unas clases de buceo y llegado el día fuimos al lugar donde empezaría esta aventura.
Llegamos, nos recibieron con una sonrisa inmensa los instructores, dimos nuestros datos, pagamos, en fin… lo más normal. Nos dieron el equipamiento e indicaciones, que eran un par de horas de práctica en la piscina del lugar y luego nos íbamos a “enfrentar al mar”.
He de decir que el grupo en general, mis amigas y yo, la pasamos increíble, hasta me llegué a sorprender de lo “pilas” que éramos para seguir las indicaciones que nos daba el instructor. Practicamos incluso medidas de seguridad por si sucedía cualquier accidente mientras bucéabamos, como que entrase agua en la careta.
Sin más rodeos, nos dieron luz verde para ir al verdadero escenario. Recuerdo que, equipo completo y aletas incluídas, emprendimos marcha al mar que quedaba justo al lado atravesando únicamente una calle, lo cual seguro se veía de película.
Para ese momento ya habían 2 instructores, uno jóven y el otro con cabello blanco. Nos daban dos opciones para llegar al mar, una era bajando una escalera y la otra era tirándote de clavado al agua. Uno a uno íbamos pasando, cuando llegó mi turno para “perder el miedo” elegí tirarme de clavado 😱. Lo hice y todo bien.
Una vez ya todo el grupo nos encontrábamos en el agua, las indicaciones fueron que a la cuenta de 3 todos íbamos a descender y disfrutar de 30 minutos bajo el agua (10 metros aprox). Así que 1…2… y al llegar al número 3, solo recuerdo ver que todos (absolutamente todos) se hundieron y yo me quedé donde estaba, con la boca abierta, moviéndome al ritmo de las olas. Al sentir esa “presión grupal”, en cuestión de segundos decido bajar yo también y al hacerlo cometo el error de levantar la cabeza hacia arriba y al ver cuánto tenía por encima mío hago, lo que no se debía, e inflo los flotadores saliendo disparada del agua.
Ambos instructores se acercan a mi ya que me estaba dando lo que describiría como, un ataque de pánico. Me intentan calmar y al fallar en el intento, salgo a la orilla del mar en la compañía de uno de ellos. Empiezo a calmarme, sin poder evitar pensar en el paraíso en el que estaba, la experiencia que me estaba perdiendo y el dinero que me costó esta aventura 😓.
Luego de ver cómo varias personas fueron saliendo del mar, unas comentando aspectos positivos y otros negativos, llega el instructor mayor conmigo y me dice “si te animas vamos juntos, no te voy a dejar sola”, dudando acepto la propuesta.
Intentamos descender un par de veces sin lograrlo, pero antes del último intento respiro profundo y ambos descendemos. El corazón me late exageradamente fuerte y vamos desplazándonos agarrados de la mano. El instructor me mostraba las rocas, corales y peces 🐟 que habían, incluso me suelta la mano y nado debajo de unas rocas y hago una pirueta (digna de las olimpiadas por supuesto). No siento pasar el tiempo.
Entonces el instructor me hace el gesto que habíamos aprendido para subir a la superficie.
Salimos del agua y lo primero que diviso es a todo el grupo que nos estaba viendo, algunos bromeaban que había tenido clases particulares, pero lo que más recuerdo es que todos, en especial mis amigas, se alegraron que lo pude hacer, ¡que lo logré!
A veces damos por sentado el apoyo y soporte de las personas, y el impacto que éste puede tener en nosotros y nuestras acciones. Aunque haya situaciones que nos preocupen o nos den miedo, si te acompañas de alguien que quiere ayudarte, podrás lograr lo inimaginable y ver con tus propios ojos el paraíso que tienes delante.
No sé si fueron 10, 15 o ¡cuántos minutos! pero ahora que me preguntan: ¿Alguna vez has buceado? Mi respuesta es - “¡Yo sí! Una vez... y fue única”. 🙌
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